-Te invito a sonreír, yo pago.
sábado, 20 de abril de 2013
viernes, 19 de abril de 2013
jueves, 13 de diciembre de 2012
miércoles, 12 de diciembre de 2012
lunes, 10 de diciembre de 2012
Luego
del fallecimiento de su madre, Bautista Meleño, desgarrado de dolor, tuvo el
impulso de tomar su auto y huir del velatorio. Era de noche y, llorando, mientras conducía a
una extrema velocidad, por alguna razón las calles y rutas de la ciudad lo
condujeron a aquel parque de diversiones, el cual no había pisado desde sus 14
años.
Decidió
entrar. Recordaba perfectamente como infringir las rejas y cerramientos del
lugar. Una vez dentro, sus piernas eligieron al laberinto de los espejos como
primer entretenimiento. Yo le tenía miedo- pensó y se detuvo ¿Qué estoy
haciendo? Ya estoy grande- se dijo y entró.
Creyendo
que encontrar la salida sería fácil, recorrió el laberinto con rápidos largos
pasos. Viéndose en todos lados, cayó como todos los demás. Se perdió. Su
reflejo acá, ahí y allá lo incomodaba. Las paredes lo apretaban y el techo pisaba
su cabello. Mareado y lleno de gotas de transpiración que jugaban en su cuerpo,
se desmayó.
Luego
de unas horas Bautista se despertó. Ya
era de día. Abriendo los ojos lentamente,
las imágenes volvían a él. Pronto notó
que su reflejo no estaba en ningún lado, ni acá, ni ahí, ni allá, sólo veía
caras y más caras desconocidas. Sintiendo cada marco como una de sus
extremidades y los vidrios como su piel, cambiaba mil y una veces su recorrido
intentando perder a sus visitantes y no pasar el resto de su “vida” solo.
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